«La muerte forma parte de la vida y, por tanto, no hay que temerla sino amarla» La verdad es que oí esta frase por primera vez hace tres semanas. Me la dijo una residente de Medicina de Familia que me acompañaba en la consulta. Y fue a propósito de un familiar que había perdido el bebé, que esperaba con enorme ilusión y que había concebido tras circunstancias difíciles. Me impactó, no solo la historia, sino el gran tesón con que la residente pronunció esta frase. Y concluí que tanto la frase como el tesón de la residente eran un ejemplo a seguir, incluso para una médico senior como yo. Y concluí que interiorizar esta frase y hacerla mía, no solo me iba a servir en mi vida personal sino que en mi vida profesional me iba a servir en el dificil trance, al que muchas veces nos enfrentamos los médicos, de comunicar malas noticias a los pacientes y a sus familiares.
Ayer conocí en profundidad la historia de Pablo Ráez y volví a oir la frase. Su frase. Y entendí como los buenos ejemplos se trasmiten como las ondas circulares que se expanden al tirar una piedra en un estanque. Entendí, de repente, que un buen ejemplo de un joven de 20 años puede calar en una joven médico de 26 años y esta, a su vez, en una médico senior como yo. Entendí como no hace falta acudir a grandes filósofos, ni a meditadas teorías filosóficas para ayudar, como médico, a entender la muerte y a aceptarla, a pacientes y familiares. Entendí que, muchas veces, no se necesita un Comité de Expertos en la materia, se necesita un joven inexperto, pero comprometido. Entendí que esta frase debería formar parte del temario de los estudiantes de Medicina de nuestras facultades. Entendí como el ejemplo de un joven, más hecho y derecho que algunos adultos, puede pasar a la historia…. a la historia de la Medicina… al menos.